Se acabó eso de mondar las patatas. Por su aporte nutricional y beneficios para la salud, la piel del segundo alimento más consumido en el mundo se ha ganado el derecho a participar en nuestras ensaladas, guisos y guarniciones. Aunque pelar las patatas para cocer o freír sea una práctica recomendada en tortillas, purés, etcétera, saltarse este paso en otras recetas es un acierto en toda regla.
Pero ¿es bueno comer la piel de la patata? En una palabra: absolutamente. Mondar este tubérculo significa renunciar a un boom de vitamina C, minerales como el potasio, fibra dietética o fitoquímicos altamente beneficiosos. En particular, los nutricionistas aconsejan cocinarla al vapor o hervida, con el fin de preservar intactas sus propiedades, si bien la piel de la patata frita es un regalo para las papilas gustativas.
Prescindir de la piel de la patata es un sacrilegio desde el punto de vista nutricional. Su perfil vitamínico y mineral es mayor incluso que el de la carne de este tubérculo, como demuestra su riqueza en vitaminas del grupo C y B, beneficiosas para prevenir el estrés o fortalecer el sistema inmunológico. Por tanto, es sano comer la piel de la patata, ¡claro que sí!
Además del calcio, el zinc, el magnesio y el fósforo, las mondas de patata son fuente de potasio, un mineral que interviene en el buen funcionamiento de los músculos del aparato cardiovascular.
Pese a representar menos del 3% del peso de la patata, la piel contiene alrededor del 50% de su fibra dietética o alimentaria. Este grupo de compuestos (lignina, polisacáridos, etc.) influye positivamente en la salud digestiva, al incentivar la absorción de nutrientes y mejorar el tránsito intestinal. Para los estómagos más delicados, es buena la piel de la patata y no debería faltar en su dieta semanal.
Otra propiedad de la piel de la patata es el almidón, carbohidrato que además de mejorar la función intestinal, se comporta como lo haría un prebiótico natural, siendo un aliado de los lactobacilos y otras bacterias clave para la digestión.
La piel de la patata merece una segunda oportunidad, y otro argumento a favor es su capacidad saciante. Un acto tan simple como dejar de mondar las patatas contribuye a frenar los atracones entre horas, perjudiciales para personas con sobrepeso o seguidores de dietas light.
Dado que se puede comer la piel de la patata cocida, frita y al horno, su abanico de posibilidades culinarias es casi infinito. Beneficiarse de su efecto saciante en chips, canapés, guisos, aliños y otros platos ayuda a poner fin a los antojos y el picoteo.
La ‘envoltura’ natural de la patata aporta carotenoides y otros fitoquímicos, a los que se atribuyen propiedades anticancerígenas, si bien la ciencia carece de estudios concluyentes. Otra sustancia presente en la cáscara de este tubérculo es el ácido clorogénico, un polifenol vinculado con la destrucción de las células tumorales y que se encuentra también en tomates, cacahuetes y alcachofas.
La toxicidad de la cáscara, los brotes y las hojas de la patata (Solanum tuberosum) es un hecho probado. Ahora bien, la chaconina o la solanina de la patata naturales son inofensivas para el ser humano. Solo cuando el nivel de estos glicoalcaloides se dispara por la sobreexposición solar, aparece en la superficie de este tubérculo el temido verdor que alerta contra su consumo.
En otras palabras, la piel de la patata es tóxica cuando muestra un color verde o verdoso, anomalía fácil de detectar porque se advierte a simple vista y se revela también en su sabor amargo. De ingerirla por accidente, no pondría en riesgo la salud del usuario, pues se requieren cantidades ingentes de patata en dicho estado para producir una intoxicación por glicoalcaloides.
Otro mito alimentario desaconseja el consumo de este tubérculo entre las personas a dieta o con sobrepeso. Pero ¿la piel de la patata engorda? La realidad es que no: ni su cáscara ni su pulpa ofrecen un aporte calórico significativo, siendo comparables al arroz, la pasta y otros carbohidratos, de hecho.
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